jueves, 31 de marzo de 2011

Artículo de Opinión 2

A la mexicana
Dip. Edith Ruiz Mendicuti

La palabra democracia es pronunciada tan indiscriminadamente, que su reiterado uso ha llegado a despertar desconfianza en quienes la escuchan desde el más insulso e intrascendente hasta el más acabado discurso político. Alguien dijo en alguna parte, que la mejor manera de evidenciar que algo no existe es mencionarlo mucho o hablar mucho de ello. ¿Será por eso que esta pobre palabra ha sido manoseada hasta la degradación, incluso por quienes abominan de ella? Toda pieza discursiva política, económica, sindical, social, etc., se apoya en esta noble dama, la toma del brazo, la pasea, la presume buscando crédito y aplausos. Pero como acontece frecuentemente y en múltiples casos, en privado es vejada, disminuida y humillada ante la carcajada burlona y la mirada despreciativa de quienes en público la presumen y se pavonean con ella.
La palabra democracia (no la democracia como sistema de vida) es el conjuro en todos los aquelarres; es el néctar que endulza y aromatiza la hipocresía y la brutalidad del hecho: Un peso con ochenta centavos, o dos pesos de “incremento” al ingreso diario de los obreros; trescientos o cuatrocientos mil pesos mensuales para un magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; todo un día bajo el sol por cien pesos y una torta; 6 años de estudios primarios, 3 de estudios secundarios, 3 de preparatorianos, 4 ó 5 de universitarios, y ya con mi título en la mano, ¡Oh, frustración! ¡Descubro que no sé leer ni escribir! El paciente que acude a consulta médica institucional, pero muere antes de que el IMSS o el ISSSTE cuenten con los medicamentos prescritos por el médico; mucha retórica apoyando la equidad de género, pero mucha predominancia masculina en las construcciones sociales, económicas, políticas y culturales; el candidato que compite apoyado en un padrón de 100,000 electores, y que al obtener 25,000 votos favorables echa las campanas al vuelo porque “triunfó por mayoría”; los 17 campesinos asesinados en Aguas Blancas el 28 de junio de 1995; los 45 hermanos indígenas, asesinados también, en Acteal, el 22 de diciembre de 1997; cierta profesora que sólo con su modesto sueldo de “Profe” cuenta con importantes intereses patrimoniales en las Lomas de Chapultepec, unas de las zonas más caras de la Ciudad de México, y viaja a Europa 2 ó 3 veces durante el año.
Como puedes ver, querido lector, hechos de esta naturaleza pueden enlistarse por miles; no puedes negarlo; lo trágico radica en que todos son “democráticos”, avalados por “demócratas”, y en un sistema político votado “democráticamente”.
¿Qué te parece, lector amigo, la “democracia a la mexicana”?